El despertador sonó por segunda vez en el día. Había que ir a trabajar. Consultó en su móvil su ubicación exacta antes de salir. Hoy no volvería a perderse, o al menos, no era esa su intención. Llegó a la cafetería y entró con calma, aun quedaban diez minutos para que comenzase su turno. Se cambió de ropa y se puso el delantal. A las cuatro menos cuarto en punto se encontraba detrás de la barra preparada para manejar a la marabunta de clientes ansioso que no tenían mas de diez minutos hasta que acabase la hora de su almuerzo y decidían, desde hace muchos años (tal y como le comentó su compañero de la barra y dueño del bar, muy orgulloso) pasar ese corto periodo entre reuniones entre las paredes de la pintoresca cafetería.
Siempre le habían llamado la atención las grandes máquinas de café, aquellos palos de metal que calentaban la leche y la dejaban cremosa en pocos segundos. Se había dado cuenta, en dos tardes que llevaba allí, que hacer café era un proeza, pero hacer un buen café era un arte, un arte que ella aún no dominaba.
La tarde fue amena. Vio clientes de todo tipo pero al menos una o dos caras conocidas del día anterior ¿Pasaría esto siempre? ¿Llegaría el día que saludase a todos sus clientes por su nombre?
Escuchó algunas conversaciones, pero ninguna llamó su atención, estaba de espaldas en la caja cuando una risa a su espalda la hizo estremecer. Se quedo congelada, los músculos agarrotada. No quiso volverse.
¿Y si no era él?
O peor aún
¿Y si era él?
¿Podría mirarlo a la cara después de pasar todo el día fantaseando con ser la causante de esa risa?
Hizo tiempo intentando aprender a respirar de nuevo. Se centró en otros sonidos, la cafetera, dos amigas charlando incesantemente en una esquina del local, su jefe hablando por teléfono y...
- ¿Perdone? - No no podía ser, una voz detrás suya ¿se dirigía a ella? - ¿perdona?¿disculpa?
Olga no podía girarse.
- ¡Olga! - Escuchó desde su izquierda, su jefe la miró significativamente desde encima de las gafas y le hizo un gesto hacia la barra, y lo hizo, y lo que paso casi le hace arrancarse en una risa histérica. No era él.
- Discúlpeme, ¿que le sirvo?
- Un café solo y otro con hielo, estoy sentado en aquella mesa.- dijo señalándole al fondo.
Ella respiró por fin y corrió a hacer los cafés. Una vez de nuevo dentro de sus casillas, mientras buscaba el azúcar en una caja debajo del mostrador se reprochó así misma haberse comportado de una forma tan infantil. Después de buscar lo que le pareció una eternidad apareció detrás de la barra con una sonrisa triunfal, la misma que aspiró aire fuertemente una vez terminó de estirar las rodillas y que no fue capaz de soltar. Esta vez, sí era él.
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