- Bueno, yo subo ya. - Ella miró hacia arriba asombrada.
- ¿Vives aquí?
- Sí, con unos amigos.
Era su mismo portal.
- Yo también me quedo aquí. - dijo ella con la voz ronca. ¿Cómo no se había dado cuenta de que estaba volviendo a casa?
- ¿Aquí? - ahora lo miraba el divertido.
- Que si - se forzó a sonreír ella.- que yo también
vivo aquí.
- Estupendo, y ¿en qué piso vives?
- tercero.
- sin ascensor
- gimnasio gratis.
Ambos sonrieron. Ella se maldecía por parecer tan estúpida en la puerta de su casa. El rezaba para que ella no quisiera ir a "su casa".
- En fin.- Dijo ella.- creo que es mejor que suba, va haciendo frío.
La ropa mojada se le pegaba a la piel y el frío a los huesos.
Sintió como sus ojos aprovechaban y recorrían su cuerpo de abajo a arriba.
- Tienes razón, pasa, sube.
Se cruzaron en el portal y ella se quedó observándolo, metió la mano en el bolso y se puso a buscar sus llaves dando dos pasos hacia atrás. Era alto y moreno, cambien de piel, parecía que acababa de llegar de la playa. Tenía cara de hombre pero a la vez era dulce, transmitía seguridad, y sus ojos. Cualquier mujer del mundo habría deseado que esos ojos le cantaran a ella.
- Encantado de conocerte.- le extendió la mano él como despedida. Ella se quedó mirándola unos segundos hasta que la aceptó.
- Buenas noches.- susurró ella, y con las piernas temblonas y dejándose las bragas en el suelo comenzó a subir las escaleras.
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