miércoles, 3 de febrero de 2016

Grandma.

Casi completamente ciega y muy sorda, con las manos de mujer trabajadora. 91 años de arrugas surcaban sus ojos que ella consideraba vacíos, cada vez más azules por el deterioro del tiempo, cada vez mas blancos.

Sus piernas apenas la sostenían y veías en su determinación que lo que la movía era su corazón. Su impotencia, sus ganas de seguir conectada al mundo. El coraje de que la naturaleza le estuviera negando y que le estuviera pasando por primera vez en su vida ahora. Comía como un pajarillo y a ella le parecía que pecaba de gula. También reía, estiraba la comisura de sus labios y era el ser más hermoso del planeta. 

Era genial mirarla. Era como los elefantes ancianos, o las tortugas centenarias, de apariencia tranquila y sabia pero con tanto carácter... allí estábamos las dos, ella tranquila como un tornado antes de la tormenta que yo sabía no tardaría en llegar... y llegó.

Me pidió que le enhebrara varias agujas, agujas que no llegaba a ver. Yo, obediente, hice caso y se las fui pasando una a una. Hilo blanco. Agujas de ciega, demasiado pequeñas para ser de ciega. Y entonces, pese a que ya estaba oscureciendo, no entraba sol por la ventana y no tenía una lampara auxiliar que le iluminara lo poco que podía vislumbrar delante de sus narices, comenzó a hilvanar un trapo. Era una antigua sábana que había cortado hacía ya tiempo para que quedasen como paños y que estaba ya estropeada. Pero ella quería que quedase bonito.

Estuve, sobrecogida, observándola más tiempo aún, atenta y esperando el pinchazo, esperando para cuando ella desistiese, continuar su tarea pese a todo el tiempo que hacía que no cogía una aguja. Ella me había enseñado todo lo que sé. Sin embargo, no llegó ese momento. Ella cosiendo a ciegas y yo encendiendo luces para facilitarle la tarea, daba igual, sus ojos vacíos no alcanzaban a enfocar la aguja.

Pero cosió, palpando consiguió hacer el trapo entero, la zurda por delante y la diestra tanteando el camino a su vez.



Aun hoy me pregunto si yo conseguiré, a su edad, ser así. Seguir haciendo lo que amo. Me pregunto si seré capaz, sorda y casi sin voz, de hilvanar palabras a tientas. Si seré capaz de poder escribir.

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