Imaginemos un mundo donde todos nos encargásemos de dar de comer a alguien que no tuviera qué llevarse a la boca, un mundo en el que no negáramos un vaso de agua al que "no está consumiendo en el bar", vestir a aquel que pasa frío en Invierno, acoger en tu casa a aquel que no tiene donde ir, temporalmente, hasta encontrarle un vivienda digna y para él, un mundo en el que nadie pasara una noche solo en el hospital, en el que se visitara a los presos para hacer de ellos mejores personas y enseñarles que son capaces de volver a entrar al mundo de forma digna, arrepintiéndose de sus errores y cambiando, un mundo en el que todo el mundo tuviera un entierro digno, por muy solo que hubiera pasado su vida. Alguien que dejara un recuerdo en su memoria.
Imaginemos, ahora, un mundo en el que nos parasemos dos minutos a enseñar al que no sabe, en lugar de alegrarnos de su ignorancia porque vamos a pasar por encima de él. Un mundo en el que los consejos se den con el corazón y no de forma retorcida. Imaginemos un mundo en el que poder corregir al que se equivoca de forma justa, y en el que poder perdonar sin guardar rencor, un mundo en el que nuestra prioridad sea consolar a las personas que están tristes, que lo están pasando mal, un mundo en el que nos consuelen cuando los tristes seamos nosotros. Imaginemos un mundo en el que tengamos paciencia para aceptar que cada persona tiene sus errores, y que por ello no somos mejores nosotros.
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