Ahí estábamos, en medio de ninguna parte lanzando las estrellas caídas al lago. El maldito lago. La maldita leyenda y mi maldita pelirroja con alma de bruja ancestral. Seguíamos tirando y jadeando, cuando lo que me hubiera gustado hacer hubiera sido tirarla a la sombra del manzano y hacerle el amor a plena luz del día. Y luego, disfrutar del maldito lago, pero esta vez tirarnos nosotros, y hacerle el amor otra vez.
Estaba guapa. Llevaba el pelo recogido
hacia atrás y una blusa que hacía que me encendiese casi tanto como le ocurría a sus mejillas cuando le soltaba un piropo. Allá vamos. Suspiramos, un quejido más y la estrella calló al agua, sin salpicarnos.
Me miró desde detrás de sus gafas y me hizo gracia su mueca.
- ¿Qué?
- ¿Contenta?
Ella hizo una mueca. Sabía perfectamente lo que esa mueca significaba, aún no estaba contenta, ni seguramente lo estaría nunca. Seguiríamos cazando estrellas buscando horizontes que liberar, visitando criaturas enfermas y haciendo el amor como tanto nos gustaba, a cualquier hora del día en cualquier lugar. Era una vida complicada, pero qué puedes esperar de la nieta de aquellas brujas que no pudieron quemar.
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