Y era mía. Y yo era suya.
No había nadie en el mundo que pudiese negar lo nuestras que éramos.
Para siempre, repetíamos cada vez que terminaba la canción,
cada vez que las yemas de mis dedos recorrían su barriga.
Para siempre, prometíamos cada vez que parábamos de reír, sin aliento, cuando se me
enredaban los perjuicios en su pelo.
Para siempre rubia, le decía antes de besarla.
Para siempre parecía susurrar cada vez que me desabrochaba el sujetador.
Cada vez que la sentía estallar en mis manos.
Cada vez que hacía mi cabeza explotar con sus enfados absurdos.
Para siempre.
No nos cansábamos de repetirlo, a todas horas, en todo momento, a toda voz.
Para siempre.
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