- Sí, y entonces ahí estábamos las cuatro, borrachas y en la bañera cuando llega el compañero de piso y vomita... - todas rieron. - ¡Fue patético! ¿Cuantas veces en tu vida vas a tener esa oportunidad?
- Tenerla no lo sé, desaprovecharla... - volvieron a reír.
Celia disfrutaba de la compañía de las camareras del bar en el que desayunaba por segunda vez casi todos los días. Todas las conversaciones empezaban por una botella, o varias y acababan en un tío, o varios, o cambiaba el orden y el tío iba primero.
La verdad es que tenían muchas historias.
Era un bar bonito, con cristaleras por donde entraba el sol. Le gustaba Sevilla.
Nunca hubiera pensado que iba a poder llegar a disfrutar como lo hacía del sol de esa ciudad. En Logroño no estaba mal, pero necesitaba cerrar heridas, y, ¿que mejor que empezar por mudarte al sitio donde te las hicieron?
No estaba acostumbrada a reír tanto, bueno sí, pero solía hacerlo borracha, no a las once de la mañana desayunando. Se miró los dedos indice y corazón, estaban empezando a amarillear del humo del cigarrillo. Tampoco importaba mucho, tenía unas uñas bonitas que disimulaban cualquier color que se saliese de la norma. Le entró el mono. Pagó el desayuno y salió, antes de que llegara a encenderse el cigarrillo el móvil estaba vibrando en su bolso.
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Olga no pretendía molestarla tan pronto, pero después de lo sucedido por la mañana no tenía muy claro si iba o no a salirle la voz la hablar con Amalia. Con el sueño y las prisas había cogido un autobús mal al salir de las clases y necesitaba que alguien le dijera la calle donde vivía.... "Y donde también vive él" se recordó a si misma. Esta mañana había tardado unos minutos más en bajar las escaleras, lo había hecho con detenimiento, por si, por casualidad, se lo encontraba.
Tenía suerte, pensó, "vive en el mismo bloque, quizás al fin y al cabo, acabemos coincidiendo otra vez". Y con esa ultima frase tiró de la puerta del portal para salir a la calle. El bofetón de frío le devolvió a la realidad. Ahora tocaba lo que tocaba.
Pero aun así las clases tampoco habían servido de mucho.
No había forma de quitárselo de la cabeza, tan grande había sido la distracción que ahora se encontraba en un tal palacio de congresos, llamando a Celia, para que alguien le dijera cómo salir de ahí.