Avanzaba por un camino desierto cuando se encontró una puerta, la abre y descubre a su amiga de la infancia, a su Helena. Helena la toma de la mano y la lleva hacia un coche, le abre la puerta del copiloto y se monta en el asiento del conductor.
- ¿conduces?
- Si, hace mucho que no nos vemos. - responde.
Helena arranca y comienzan a moverse, quizás demasiado rápido. Lentamente se hace de día, todo se aclara. Lentamente nace el día y con él otra oportunidad más de sentirse viva. Aún recuerda todas las mañanas de coletas tirantes por sus madres que se quitaban nada más perderlas de vista. Aun recuerda las tardes de comedor y baile y después gimnasia, y más tarde música. Recordaba las primeras conversaciones sobre chicos y las ganas de descubrir el mundo juntas, de saber qué pasaba cuando besabas a un chico, de qué saber qué pasaba cuando te metía la mano debajo de la falda. De saber si al cambiar de colegio iban a conseguir hacer amigos nuevos. De fiestas de pijamas, de campamentos, de viajes. Y más tarde, se fue. Aún tenía presente todos los años de descubrimientos en los que había faltado Helena.
Comenzaron a hablar, sin prisas, de todo lo que había pasado en esos años de ausencia, hasta que sucedió.
- Y, bueno, ¿qué tal estás?
- La verdad es que no muy bien. Tuve un accidente de coche hace un año.
- ¿En serio? ¿Y qué ha pasado?
- Estoy en coma.
Y entonces se estrellaron.
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