Se miró las manos, tenía las uñas mal pintadas de rojo, de haber estado trabajando en el bar, tenía un principio de callo en la palma de su mano derecha, y pese a todo, le gustaban sus manos. Las adoraba al bailar y se quedaba hipnotizada en el espejo con todo lo que trasmitían.
...No podéis frenar a un rayo. Já. Ya lo habían hecho. Mas que frenarla habían tirado de ella hacia atrás. Siguió andando, esa calle la conocía, tenía que orientarse y llegar a casa. No podía perderse la primera noche en esa ciudad. Aunque no le habría extrañado viviendo lo que había vivido ese día y supo que era muy posible que fuera a peor. ¿Qué podía saber ella de que todo iba a salir así de mal?
Pensó en todo lo que había dejado atrás, su casa, su vida. Pensó en su familia, sus pilares. No se puede describir la horrible sensación de sentirte ajena a un sitio, de no sentirte en casa. La sensación de abandono y pena cuando los tuyos están lejos, aunque el que se haya ido sea uno mismo.
Habría andado cinco minutos mas cuando distinguió al frente a una persona en una calle vacía. Era raro. De lejos se le veía un andar vacilante, era un hombre. Olga se tensó con ese sexto sentido que tienen algunas personas y en los animales llamamos instinto de supervivencia que dice "CORRE".
El hombre había dejado de dudar y se aproximaba a ella con paso firme y calmado, escondiendo la cara bajo una gorra. Pero ella sabía cual era el blanco de esa cacería.
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