lunes, 6 de enero de 2020

Ha sido un placer.


¿Qué hacer cuando la nostalgia te devora? 


Dos de la mañana. Minutos arriba, minutos abajo. Cuerpos cansados después de mucho jaleo. Resaca de ilusión. Me despido, dos besos, "me voy por aquí", "¿por qué no cortas por esta otra calle?", "prefiero la avenida, es mas abierta, y hay mas gente".
No miento, al menos no del todo. Es cierto que prefiero la avenida con mas luz, o por donde puede haber mas gente, por el simple hecho de que me hace sentir mas segura. Sin embargo, había algo mas.

Necesitaba despedirme por última vez, sola, de estas las luces que me han alumbrado en las que parecen ser mis primeras, pero a la vez mis últimas, navidades. Han sido unas navidades en las que por no vivir una he vivido varias a la vez. Como si en mi cabeza acumulara esos diarios de cinco años que siempre me llamaron muchísimo la atención. Cada día que ha ido pasando, desde el 29 de diciembre que se iluminaron las luces ha sido un "remember" de todo lo que viví o no tuve oportunidad de vivir años anteriores.

Si tuviera que ponerle un título a este diciembre tan poco frío que me ha traído hasta enero sería "Descubriendo mi nostalgia". En un principio, pensé que podía ser la primera, echando de menos la patria perdida, la que parece que no me quiere de vuelta, o a la que no se regresar, con tantas vueltas que damos constantemente, y es que parece que siempre se me olvida dejar las migajas en fila para desandar el camino y volver.

Sin embargo, a medida que pasaban los días me di cuenta de que no era el lugar, ni la patria, ni si quiera era yo. Que era mi dolor el que lo había invadido todo sin que cupiese nada mas. Y es que mi nostalgia es de las segundas. De esa tristeza melancólica que vas macerando en el corazón poco a poco, para hacerla cada vez mas manejable. Y es que han sido unas navidades que por no vivir una he vivido tres veces.

Y qué cercano me queda ahora el cuento de Dickens, y que lejano el recuerdo de lo que aun no ha terminado pero ya siento lejos. Porque se me han ido presentando uno a uno fantasmas que no me han dejado dormir, que me han despeinado hasta las cejas, que me han quitado la comida de la boca sin darme ocasión de probarla.

Que curioso es observarnos y aprender de lo que sentimos como si pudiéramos, por unos instantes, despegarnos de nosotros mismos...

Me veo ayer, de madrugada, sola, con la nariz helada en este enero que si parece enero. 
Y me siento mía. 
Irreductible. 

Querida Navidad, este año has pasado de una forma diferente. Y qué suerte la mía por poder vivir así también, por valorar los buenos momentos, y que aun me queden ganas de sumergirme en todo lo que quede por venir.

Ayer me atreví a saborear mi nostalgia.
Y al contrario de lo que creía, el regusto amargo no mata, fortalece. 



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