Y dejó de importarnos lo que nunca debió cobrar tantísima relevancia en nuestras vidas.
Las prisas se quedaron atascadas en la puerta de entrada, dejaron de caber en este remanso de paz en el que todos los días empezaban bien.
La gente comenzó a dormir las ocho horas de sueño que merecían. El despertador dejó de ser enemigo para convertirse en emisario de buenas noticias, comenzaba un día nuevo. Los moradores de este planeta llamado tierra empezaron a comer sentados en una mesa, en lugar de hacerlo corriendo de camino a cualquier parte, en un metro, en un bus, en un coche, en la barra de cualquier bar engullendo sin saborear.
Las personas que convivían empezaron a tener tiempo para darse los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches. Y en ocasiones también hacer que éstas ultimas sucedieran. Los padres comenzaron a escuchar a sus hijos, y los hijos por fin se sintieron prioridad de sus padres. Los vínculos se estrecharon como si las familias enteras se hubieran ido de vacaciones a un campamento, en el que todos los días eran iguales pero se podía aprender algo diferente.
¿Cuando le vendimos nuestra alma al diablo?
¿Cuántos de nosotros necesitábamos este parón para resurgir? Creo que la mayoría, por no decir todos. Encontrarnos en una situación de inmovilidad tal, cuando nuestro mundo consiste mayoritariamente en hacer en lugar de en ser.
Pero este parón nos queda grande. A ti, a mi, a todos.
Demasiados errores a los que darle vueltas. Demasiadas decisiones que podemos tomar ahora que estamos en la inacción absoluta.
"En tiempos de cambio, no hacer mudanzas" decía una mística del cristianismo, y ahora miro esa frase que me dijeron ayer ante una rotunda decisión que había tomado y me pregunto por qué, precisamente, si esos tiempos de cambio no son los ideales para esas mudanzas.
Porque quizá la vida nos los pone delante para que hagamos exactamente eso que - si todo siguiera igual - nunca nos atreveríamos a hacer. Dejar ese curso que tanto nos satura, cambiar de trabajo, de casa, de vida, de hábitos, de pareja, de deporte...
Posiblemente nos tomamos demasiado en serio las decisiones que tomamos, y esto no significa que no sea importante tomarlas, simplemente darnos cuenta de que la mayoría de ellas las tomamos o no por cobardía, orgullo o una mezcla de ambas. Y que siempre siempre se puede volver atrás. Volver a empezar.
Si somos capaces de darnos cuenta, de que la vida no es tan seria como aparentamos que sea: todo mejora.
Y así, cuando nos digan que tenemos que dejarlo todo, ponerlo en pausa, terminarlo antes de tiempo... cuando corten de raíz nuestras rutinas, no habrá pesadillas que nos acechen. Solo la tranquila aceptación de que es lo que nos ha tocado vivir... desde nuestra ventana.