domingo, 6 de enero de 2019

A vosotras.

Hoy hemos salido, como solemos hacer los días de reyes, para ir a casa de la abuela. Cuando éramos niñas era el sitio donde se completaban nuestras listas de regalos, y ahora es donde cada vez que vamos podemos ser conscientes de la suerte que tuvimos, porque el regalo, era la abuela. Esa mujer que parió eternidades, una detrás de otra.

En ella llevábamos a su madre también. De la que habla siempre con cariño. 8 años de amor y 86 huérfana y aun así, la recuerda cada vez que puede.

- Manu, mamá ha muerto. - le dijo su padre a la criatura. - Ven a verla.

Y allí la llevaron. Y así lo cuenta. Sin mayor drama, sin mayor misterio. La vida, como siempre ha sido capaz de aceptarla. Ella, tan regalo como nunca.

Mis regalos siempre fueron la abuela y nuestras tías. Creo que el crecer rodeada de mujeres fuertes me ha llevado a tener la absurda impresión de que puedo conseguir lo que me proponga, que por mucho que pase el tiempo, las ganas, la alegría y las personas, siempre conseguiremos hacernos reír.

Nos gusta, incluso a día de hoy, estar juntas. Juntas pero diferentes. Mujeres, al fin y al cabo, con toda la magia que puedes encontrar dentro de un ser humano. Vidas anteriores, vidas pasadas, vidas leídas, vidas soñadas. De todas las mujeres que habitan en mi, como decía Vanesa Martín en una de sus canciones, muchas llevan grabado a fuego la risa de mi tía, la voz de mi abuela, severa cuando rompíamos algo, dulce cuando nos despedía, los gestos de mi  madre, el fino humor de mi hermana, la curiosa forma de existir de mi tía la mediana, como doblaba los billetes de diez euros que nos regalaba por nuestro santo en el zapato, o la tozudez de mi otra tía cuando no quería hacer algo que debía.

Mujeres que nos han dejado en herencia la fuerza y las ganas de vivir. Mujeres que perdieron a sus hijos, que lloraron a sus hermanos, enterraron a su padre, y se dieron cuenta de que no hacía falta tener un hombre en casa para salir hacia delante. Mujeres a las que el tiempo les enseñó que aun cuando menos te lo esperas dos desconocidos pueden darte una paliza a la hora de ir a trabajar, temprano por la mañana, con el uniforme. Sin fiesta. Sin tacones. Sin borrachera. Y que pese a todo eso, llegaron ese día a trabajar.

Mujeres que se negaron a dar sus hijos en adopción cuando la vida las quería llevar por otros senderos. Y ellas, altivas, dijeron que no. Mujeres que no se ajustan a la verdad cuando el mundo les parece demasiado poco poético. Y les da igual porque realidades tristes hay muchas, ellas quieren la Alegría.

He aprendido mucho de esas mujeres. A día de hoy sigo aprendiendo. Interpretando gestos. Sabiendo leer miradas, que, como me enseñaron desde niña, dicen mucho mas que las bocas. En los ojos se esconde la verdad, desde siempre. Pero si das con una mujer fuerte, con una que ha batallado sin armas y ha salido de guerras a rastras pero ilesas gracias a la rebeldía de decir no a la desolación, quizá en esos ojos no puedas leer tan fácilmente. Quizá solo te dejen ver, lo que ellas quieren que veas.
Ten por seguro, que intentarán, esos ojos dicharacheros, engañarte muchas veces. En la mayoría de las ocasiones, por tu bien, en otras, para no agravar el daño.

No insistas en conocerlas. Las mujeres de las que hablo y llevo por bandera no son nada del otro mundo. No son excepcionales, mediocre diría incluso. De la media. Pero es que dentro de la media, tienen ese matiz que las distingue, esa cicatriz que marcó un antes y un después, el recuerdo cálido de ellas que ni siquiera la muerte ha podido borrar.

Estáis, en un día
tan especial, conmigo. Todas. Os siento cerca. Y aun cuando no estáis os quiero. Aun cuando llevo mas tiempo de mi vida sin vosotros que con vosotras, aquí estáis. Prendidas con imperdibles de acero, que no alfileres. Cosidas con cuero y tirando de mi hacia delante.
Tanto tiempo como duren nuestras vidas.

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