domingo, 15 de junio de 2014

Me llevaba a hacerme la manicura francesa porque quería unas manos bonitas sobre su polla. Me compraba los pintalabios mas caros, porque decía que no quería que le dejara marca en sus camisas blancas pese a lo que le divertía azotarme cada vez que mi fogosidad lo permitía. Me pagaba las mejores peluquerías del país porque quería un pelo sedoso que lo rozara. Eso sí, jamás me llevó a un masajista, pese al gran dolor de espalda que me ocasionaban las mil posturas que inventaba para mantenerme unida a sus caderas,  el decía que... pese a estar modelandome como a una perfecta muñeca, con su muñeca solo jugaba él. 


Yo lo miraba y lo creía preso de un trauma infantil en el que sus padres habían sido reos de una muerte anunciada, la mía. 

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